viernes, 21 de noviembre de 2008

Para pensar

CATORCE AÑOS

Por Sandra Russo

Catorce años tienen las AFJP, escucho, y pienso en los chicos de catorce años. Hace catorce años la oposición a Menem no logró perforar el relato blindado que bajaba desde el poder político, pero era legitimado por el poder económico y multiplicado por el poder mediático. El Estado elefante había dejado en el imaginario colectivo a la empleada pública de Gasalla, que atendía al público limándose las uñas y gritaba “¡Atrááás, atrááás!”. La palabra eficiencia vino a arrasar con esa empleada: fue reemplazada por promotoras de buenas piernas y sonrisa muy amable que regalaban pins y calcomanías de las AFJP.

Hace catorce años, sin embargo, era bastante claro lo que estaba pasando. Y aun con un Estado corrupto como el del menemato, sólo fue posible rediseñar los sectores público y privado de una manera tan grotesca gracias a una obnubilación colectiva que hizo creer a muchos hombres y mujeres que cuando fueran viejos serían esos ancianos atléticos y vigorosos que hacían trekking en las publicidades de las AFJP.

Cuando teníamos una secretaria de Medio Ambiente que salía envuelta en pieles en fotografías de estudio, cuando íbamos a traspasar en dos horas la estratosfera, cuando se desviaba la investigación del atentado a la AMIA, cuando teníamos esa Corte Suprema, cuando los grandes medios tomaban como algo pintoresco que el presidente jugara al tenis y sus competidores se dejaran ganar.

Hace catorce años, cuando nacían los chicos que hoy para muchos, incluso y especialmente para el gobernador Scioli, deberían ser imputables, nosotros éramos como sociedad todo eso: un amasijo de jodidos y confundidos y sobornados por la fiebre del electrodoméstico y el viaje a Miami. Y esa generación que se acopló a la vida en esos años, en su amplia mayoría, estaría destinada al paco, al cartón, al plan, al tetra, al limpiaparabrisas, al arrebato o al crimen. Fue un acto de cobardía no ver entero el modelo que se estaba sembrando: de él iban a brotar, por la lógica de su propia genética, sectores con muchos bienes acumulados y sectores sin nada que perder. Una sociedad mínimamente civilizada debería preocuparse siempre de que absolutamente todos sus miembros tengan algo que perder.

Comida, trabajo, salud, educación. Son los cuatro jinetes de algo así como la seguridad. Si los esfuerzos colectivos a través del Estado se aunaran para que la comida, el trabajo, la salud y la educación llegaran a todos los rincones del país en dosis aceptables, es muy probable que el efecto colateral de esa política sería algo así como la seguridad. Digo “algo así” porque el delito no es extirpable de ningún modelo, pero es bastante claro que si las necesidades básicas de todos los habitantes de este país fueran cubiertas, habría muchos menos pibes rifando sus vidas o cegando otras.

Pienso en los chicos pobres de catorce años, en el relato social que meció su infancia, en historias de vida que cualquiera conoce y que enloquecerían a cualquier vecino de Palermo Freud. Pienso en las pérdidas que todo chico pobre de catorce años tiene que elaborar. Pérdidas que ni siquiera pueden pensarse como tales, con el dolor que implica perder. Los pibes pobres de catorce años perdieron antes de nacer casi todos los derechos que los haría sujetos sociales responsables: el derecho a la vivienda, al alimento, a la escuela. Nada de eso los esperaba como esperaba el amoroso cuarto preparado la llegada del bebé de clase media.

La idea misma de bebé ha sido susceptible de divisiones clasistas, en esta sociedad hipócrita e hiperclasista: el bebé de la lavandina, ese que tiene una mamá que usa productos especiales para desinfectar los juguetes y que siempre tiene en la heladera postrecitos con calcio y hierro, y el bebé que carga la señora en el semáforo, el bebé del soborno emocional, el bebé prestado, el que pretende conmover y provoca rechazo. Ese bebé es sólo visto como un fruto de la promiscuidad de los pobres o como una herramienta para la limosna. Uno es el bebé que quizá ya tenga o vaya a tener un hermanito, y el otro es el bebé que la mirada social juzga “de más”, como si algunas mujeres parieran hijos y otras parieran apenas más bocas que alimentar. Uno es el bebé producto del amor de sus padres, y el otro es el producto de un apareamiento.

Los pibes pobres de catorce años han sido bebés del segundo tipo. No es después de un asalto o de un crimen que esta sociedad debería pensar en ellos. Es antes. Pensar en ellos como acreedores nerviosos. Pensar en ellos como los otros que podrían ser hoy si la vida los hubiese recibido con el saludo mullido de las oportunidades. Reflexionar sobre la adolescencia pobre sólo después de un asalto o un crimen es un latigazo más sobre sus lomos.

Lo peor es que ellos no esperan otra cosa.

No tiene desperdicio

Para no quitar las ganas de leer lo que sigue abajo no abundaré yo en palabras.


Ahora, otra vez la “seguridad”

Por José Pablo Feinmann

El capitalismo del siglo XXI es necesariamente xenófobo. Las sociedades opulentas, las que ocupan la centralidad del sistema y a las que, por eso, llamamos sociedades centrales, no sólo pueden generar riqueza en sus territorios. Hay una impúdica fracción de este planeta que no pertenece al mundo de la vida civilizada, aquella que, al menos, asegura trabajo, educación y comida a sus habitantes. O no lo asegura o lo asegura insuficientemente. No digo esto desde el proyecto de otra sociedad que sí lo haría, pues ese proyecto, para fortalecimiento del actual, ha fracasado en el siglo XX y llevará tiempo levantar otro, que sea lo necesariamente sólido como para enfrentar a éste. Pero sociedades como Estados Unidos, Francia, Italia o Inglaterra –en suma: las sociedades de Occidente– no pueden proyectar un capitalismo de integración. Dejan de lado, aisladas, a las sociedades del hambre, de la pobreza. Cuyos habitantes invaden la centralidad. Así, son capaces de morir en el intento (y, en efecto, mueren), pero no dejarán de asaltar la centralidad, los países donde podrían trabajar, comer, vivir. El problema de la inmigración indeseada –como la llama Huntington en El choque de las civilizaciones– es el problema de Occidente. El Islam –para peor– experimenta una explosión demográfica. Los musulmanes emigran a Occidente. Los africanos también. Los mexicanos buscan la tierra de Bush. Contra los musulmanes, Europa se prepara duramente. No en vano han surgido los gobiernos de derecha dispuestos a ejercer esa dureza. La banlieue de París es un espacio de temor, de constante peligro, un espacio del que sólo puede esperarse, en el mejor de los casos, una inmediata explosión social, poblacional e invasora de la centralidad. Eso que vendría a constituir un Mayo musulmán, sin consignas deslumbrantes, con malos modales, poca educación y brutalidad rencorosa y justificada. En Italia temen la invasión africana. Temen al “indocumentado”. Al ilegal. De aquí la existencia de gobiernos como los de Berlusconi y Sarkozy. Ellos sabrán qué hacer. Carla Bruni, entre tanto, seduce a la Europa comme il faut.
El problema argentino –y latinoamericano– tiene semejanzas. Buenos Aires es una ciudad opulenta que ofrece trabajo a ciertas franjas de habitantes del conurbano. Pero a pocos. También teme ser invadida por ellos y abomina de la invasión de sus “hermanos latinoamericanos”, a los que detesta. Si bien la última rebelión social, el último movimiento invasor fue protagonizado por los ricos, superado ese problema, el del “campo”, vuelve el otro: el de la seguridad. Lo han instalado los medios porque para eso están, no sólo aquí sino en el mundo entero, para manejar la agenda. Y se ha podido instalar porque es un tema siempre sensible al porteño, personaje que sabe que habita un espacio de privilegio y exige que se lo cuiden. Macri no ha cumplido hasta ahora esas expectativas. Se ven demasiados “negros” por Buenos Aires. Demasiados “perucas”, “bolitas”, “brasucas”, “yoruguas” o “paraguas”. Aunque, es notorio, los “brasucas” vienen con buen dinero y se compran todo, conque se los tratará bien. Pero los otros (que llevan en la cara, además, ese color oscuro que da tan feo, como tierra, o como sucio) vienen a quitarnos lo nuestro. Aquí aparece la figura del xenófobo.
Hoy, como siempre, en la Argentina es muy fácil sentirse alguien, sentir que uno es algo más que un pelafustán asustado que vive en un país que es de otros. Basta con hablar pestes de los “bolitas” o de los “paraguas” para sentir que uno es dueño de la patria, ya que nos la vienen a robar. Sartre, en Reflexiones sobre la cuestión judía, afirmaba que cuando el antisemita dice que el judío “le roba Francia” siente que Francia es suya, que le pertenece. No hay modo más directo y simple para el antisemita francés que decir que el judío le está robando el país para, de inmediato, sentirse dueño de ese país, dueño de Francia, para sentirse encarnación de la patria, casi un símbolo de pureza y de poder. Pobre tipo. Pobres, también, todos los tipos que hoy, aquí, en la Argentina, andan cacareando contra los extranjeros. Sienten, de pronto, algo que hace mucho no sentían: que tienen una patria, un país que les pertenece. Que tienen un ser. Que valen algo. Que valen, al menos, más que los inmigrantes. Que son argentinos y que la Argentina es de ellos, ya que son los otros quienes se la vienen a robar.
Qué fácil les resulta reinventar la patria, reencontrarse con el orgullo, con cierto linaje. Qué fácil les resulta no sentir que son poco, infinitamente poco, sólo un número de una estadística que no conocen, que manejan otros. De pronto, son, otra vez, como en el Mundial, como en Malvinas, ¡argentinos! La patria los convoca. Nos están invadiendo. De todos los rincones de la América oscura y pobre vienen a quitarnos lo nuestro. Son ellos: son esos mestizos zarrapastrosos, ajados, descosidos, que se acumulan en nuestras oficinas de migración, o que abultan las villas miseria. Están llenos de codicia y de furia delictiva. Porque a alguna de esas dos cosas es que vienen: o a robarnos nuestros trabajos o a robarnos nuestro dinero. Si trabajan, le están quitando ese lugar a un compatriota (a uno de los nuestros) que lo necesita. Si roban, si delinquen, nos están agrediendo. Que nos asalte un compatriota vaya y pase; es, al cabo, una contingencia nacional, una cuestión de la patria que ya solucionaremos entre todos. Pero que nos asalte un extranjero es intolerable. ¿Cómo se atreve? ¿Cómo se atreve a agredir a uno de los nuestros, a uno de los dueños de la patria, a un argentino? Duro con él.
La xenofobia surge de creer que la patria nos pertenece sólo a nosotros y que el otro (el extranjero que quiere integrarse a ella) será siempre un sospechoso. Simplemente porque no nació aquí. Lleva la condena eterna en la sangre y en el alma: jamás será un argentino, jamás podrá amar la patria como nosotros la amamos. De aquí, en consecuencia, que será el primero en agredirla. En agredirnos. La xenofobia es una actitud humana cruel y abyecta. Siempre habrá xenófobos, es una de las más bajas pasiones de la condición humana. En la abundancia dirán que vienen a “disfrutar de lo nuestro”. En la escasez dirán que vienen a robárnoslo.
Hoy, entonces, pasado, por el momento, el vendaval del campo (que huele distinto del de la villa y la delincuencia) ha retornado el tema de la seguridad. Se lo deposita en el Otro inmigratorio. Pero también en el Otro nacional villero, porque la villa es el espacio de la delincuencia, el lugar desde el que se sale para sorprender a los ciudadanos honestos. Es así: así en todas partes. La derecha reacciona como sabe, como siempre lo hace: no da trabajo, reprime. La única arma contra la inseguridad es el trabajo, el salario digno. Pero el neoliberalismo, por su propia dinámica, crea una sociedad de ricos muy ricos y de pobres muy pobres. Los primeros piden al Estado que los proteja de los segundos, reprimiéndolos. En sociedades donde no hay trabajo para todos nunca habrá seguridad. Esto se sabe, pero no se puede hacer. Salvo que cambien el sistema. Algo que aún menos se puede hacer porque nadie querrá hacerlo. Seguirá todo así, en la virtualidad de la explosión social, de la invasión de los nuevos bárbaros, de la ira y del fuego. ¿Cuántos autos quemará la próxima invasión musulmana a París? Hitler ordenó incendiar esa bella ciudad. Hay una película muy célebre con ese nombre, basado en una pregunta que el mismísimo Führer habría hecho: ¿Arde París?. No ardió. Un sensible general alemán desobedeció la orden. Pero, ¿arderá París?

Desilusiones.....

Cada tanto uno se lleva una desilusión en la vida. Más temprano o más tarde, siente que lo han defraudado. Tras doce años de educación cristiana, donde nos enseñaron sobre ese hombre extraño que multiplicaba el pan y el vino que nos salvó, sobre esa virgen inmaculada que salvó a las mujeres del pecado de la carne. Sobre esas gotas de agua que al nacer nos echaron encima y nos lavaron el pecado horrendo que nuestros padres cometieron para traernos al mundo. Con el tiempo uno ve a aquellos que torturaron su cerebro con los mandamientos y las sagradas escrituras cometer las peores miserias del ser humano. Los ve sentados en la mesa del poder, decidiendo y hostigando a quiénes dirigen las naciones, peleando por poder. Ejemplos? Sobran. Hoy uno de ellos es juzgado por abusar de aquellos niños que buscaron en él la protección de un referente, de un guía. Ojalá la justicia del hombre llegue pronto, por si la divina se corrompe al tener que juzgar a uno de sus representantes.
Abajo, transcribo unos textos de E. Galeano de su último libro, "Espejos", que no tiene desperdicio.

Se busca

Se llama Jesús.
Lo llaman Mesías.
No tiene oficio ni residencia.
Dice ser hijo de Dios, y también dice que bajó del Cielo para incendiar el mundo.
Forajido del desierto, anda alborotando aldeas.
Lo siguen maleantes, malhechores, malvivientes.
Promete el paraíso a los miserables, a los esclavos, a los locos, a los borrachos y a las prostitutas.
Engaña al populacho sanando leprosos, multiplicando panes y peces y haciendo otras magias y hechicerías.
No respeta la autoridad romana ni la tradición judía.
Ha vivido siempre fuera de la ley.
Lleva treinta años huyendo de la sentencia de muerte que recibió al nacer.
La cruz lo espera.

Resurrección de Jesús

Según cuentan en Oaxaca, los mazatecos, Jesús fue crucificado porque hacía hablar a los pobres y a los árboles.
Y cuentan que después de mucho padecer, lo bajaron de la cruz.
Y ya estaba enterrado, durmiendo su muerte, cuando un grillo se puso a cantar.
Y el grillo lo despertó.
Y Jesús dijo que quería salirse de la muerte.
Y el grillo se lo dijo al topo, que cavó un largo camino por debajo de la tierra hasta que llegó al cajón donde lo habían metido.
Y el topo pidió ayuda al ratón, que abrió el cajón con sus dientes afilados.
Y Jesús salió.
Y con un dedo empujó la inmensa piedra que los soldados le habían puesto encima.
Y dio las gracias al grillo y al topo y al ratón, que tan buenos habían sido.
Y subió al cielo, aunque no tenía alas.
Y sobre su tumba abierta dejó la piedra inmensa flotando en el aire, con un ángel sentado encima.
Y el ángel contó todo eso a doña María, la madre de Jesús.
Y doña María no pudo aguantarse el secreto y lo comentó con sus vecinas en el mercado.
Y por ella se supo.

Fundación del infierno

Las Iglesia Católica inventó el infierno y también inventó el Diablo.
El Antiguo Testamento no mencionaba esa parrilla perpetua, ni aparecía en sus páginas este monstruo que huele a azufre, usa tridente y tiene cuernos y rabo, garras y pezuñas, patas de chivo y alas de dragón.
Pero la Iglesia se preguntó: ¿Qué será de Dios sin el Diablo? ¿Qué será del Bien sin el Mal?
Y la Iglesia comprobó que la amenaza del Infierno es más eficaz que la promesa del Cielo, y desde entonces sus doctores y santos padres nos aterrorizan anunciándonos el suplicio del fuego en los abismos donde reina el Maligno.
En el año 2007, el papa Benedicto XVI lo confirmó:
-Hay infierno. Y es eterno.

martes, 11 de noviembre de 2008

El pez por la boca muere....

A este hombre ayer le dieron un premio de la Fundación Konex y se cansó de hablar de democracia. Nadie que crea seriamente en esa palabra puede decir algo como lo que transcribo abajo. Cuidado, de a poquito y en silencio, vienen marchando....

A continuación un extracto de una nota de Rebelión del 9/11/08. Recomiendo leerla entera: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=75568

(Extracto de la nota)

09-11-2008

Eduardo Buzzi, líder de la Federación Agraria Argentina, se sincera

"Hay que desgastar a este gobierno por donde se pueda"

Ezequiel Meler
Noticias del Sur

Unos pocos días después del veinticinco aniversario de la recuperación democrática, Eduardo Buzzi, líder de la Federación Agraria Argentina, sinceró los objetivos de las corporaciones agropecuarias en su largo conflicto con el gobierno nacional. Para él, desde ahora en adelante, la consigna es “desgastar a este gobierno desde donde se pueda”. (1)

En declaraciones realizadas en una reunión de productores de Sáenz Peña, a 180 kilómetros de Resistencia, Chaco, Buzzi sostuvo:

“Por eso, desde la Comisión de Enlace, hay una actitud de ir desgastando y erosionando desde donde se pueda a este gobierno”. Inmediatamente, agregó: “Estamos muy atentos a actuar, habrá que ver en qué momento, porque de ser necesario se podría volver a los cortes de ruta”, aunque aclaró que esto ocurriría únicamente como “último recurso”. (2)

El objetivo de este modus operandi sería, de cara a 2009, “que se puedan equilibrar las fuerzas políticas en el Congreso y en las legislaturas provinciales, para que en 2011 se pueda lograr un cambio a esta lógica que desperdició una oportunidad histórica.” (3)

Pese a todo, el ruralista insistió en que “no somos un partido político” (4).

Horas después, Buzzi fue apoyado en sus declaraciones por el dirigente de Federación Agraria Alfredo de Ángeli, quien señaló

"Lo que dice sin dudas el compañero Buzzi, es porque se está haciendo un daño que va a costar muchos años reparar.” (5)

Consultado por La Nación sobre sus dichos, Buzzi reconoció que “fue desafortunado decirlo con esas palabras”, aunque mantuvo el sentido original de sus declaraciones. (6)

No es la primera vez que los dirigentes de las corporaciones agrarias realizan declaraciones de este tenor. En los primeros días de octubre, el vicepresidente de Confederaciones Rurales Argentinas, Néstor Roulet, había asegurado:

“La Iglesia, el Ejército y el campo son tres instituciones que hicieron grande a la Argentina. Ojalá activemos eso junto al resto de la sociedad para ser un país grande, y no chico como es ahora” (7)

Notas

(1)http://www.lapoliticaonline.com/noticias/val/52890/buzzi-la-consigna-es-desgastar-a-este-gobierno-desde-donde-se-pueda.html
(2)Ibídem.
(3)Ibídem.
(4)http://www.derf.com.ar/despachos.asp?cod_des=230869&ID_Seccion=33
(5)http://www.agrositio.com/vertext/vertext.asp?id=94034&se=1000
(6)http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1066634
(7)http://www.lacapital.com.ar/contenidos/2008/10/14/noticia_5450.html
(8)http://www.rebelion.org/noticia.php?id=70839
(9)Véase Página 12, 13/07/2008.
(10)http://artepolitica.com/cuestion-de-habitus-2/
(11)http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1023521&high=Halperin
(12)http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1008611&high=mustapic