martes, 8 de abril de 2008

Relatos del viejo antonio......

Acá dejo algunos textos del Subcomandante Marcos que me parece vale la pena tener en cuenta. Me quedo con una frase que alguna vez leí en estos textos: “la lucha es como un círculo. Se puede empezar en cualquier punto, pero nunca termina.” Creo que esa es la mejor definición que encontré para lo que llamamos "vida", la definición de lucha, una vez que se empieza no se debe ni se puede abandonar.

"Me enseñó el viejo Antonio que uno es tan grande como el enemigo que escoge para luchar, y que uno es tan pequeño como grande el miedo que tenga. 'Elige un enemigo grande y eso te obligará a crecer para poder enfrentarlo. Achica tu miedo porque, si él se crece, tu te harás pequeño', me dijo el viejo Antonio una tarde de mayo y lluvia, en esa hora en que reina el tabaco y la palabra."

“El león mata mirando”
“El viejo Antonio cazó un león de montaña (que viene siendo muy parecido al puma americano) con su vieja chimba (escopeta de chispa). Yo me había burlado de su arma días antes: “De estas armas usaban cuando Hernán Cortés conquistó México”, le dije. Él se defendió: “Sí, pero mira ahora en manos de quien está” . Ahora estaba sacando los últimos tirones de carne de la piel, para curtirla. Me muestra orgulloso la piel. No tiene ningún agujero. “En el mero ojo”, me presume. “Es la única forma de que la piel no tenga señales de maltrato”, agrega. “¿Y qué va a hacer con la piel?”, pregunto. El viejo Antonio no me contesta, sigue raspando la piel del león con su machete, en silencio. Me siento a su lado y, después de llenar la pipa, trato de prepararle un cigarrillo con “doblador” . Se lo tiendo sin palabras, él lo examina y lo deshace. “Te falta”, me dice mientras lo vuelve a forjar. Nos sentamos a participar juntos en esa ceremonia del fumar.
Entre chupada y chupada, el viejo Antonio va hilando la historia:
“El león es fuerte porque los otros animales son débiles. El león come la carne de otros porque los otros se dejan comer. El león no mata con las garras o con los colmillos. El león mata mirando. Primero se acerca despacio… en silencio, porque tiene nubes en las patas y le matan el ruido. Después salta y le da un revolcón a su víctima, un manotazo que tira, más que por la fuerza, por la sorpresa.
Después la queda viendo. La mira a su presa. Así… (y el viejo Antonio arruga el entrecejo y me clava los ojos negros). El pobre animalito que va a morir se queda viendo nomás, mira al león que lo mira. El animalito ya no se ve el mismo, mira lo que el león mira, mira la imagen del animalito en la mirada del león, mira que, en su mirarlo del león, es pequeño y débil. El animalito ni se pensaba si es pequeño y débil, era pues un animalito, ni grande ni pequeño, ni fuerte ni débil. Pero ahora mira en el mirarlo del león, mira el miedo. Y, mirando que lo miran, el animalito se convence, él solo, de que es pequeño y débil. Y, en el miedo que mira que lo mira el león, tiene miedo. Y entonces el animalito ya no mira nada, se le entumen los huesos así como cuando nos agarra el agua en la montaña, en la noche, en el frío. Y entonces el animalito se rinde así nomás, se deja, y el león se lo zampa sin pena. Así mata el león. Mata mirando. Pero hay un animalito que no hace así, que cuando lo tapa al león no le hace caso y se sigue como si nada, y si el león lo manotea, él contesta con un zarpazo de sus manitas, que son chiquitas pero duele la sangre que sacan. Y este animalito no se deja del león porque no mira que lo miran… es ciego. “Topos”, les dicen a esos animalitos”.
Parece que el viejo Antonio acabó de hablar. Yo aventuro un “sí, pero…”. El viejo Antonio no me deja continuar, sigue contando la historia mientras se forja otro cigarrillo. Lo hace lentamente, volteando a verme cada tanto para ver si estoy poniendo atención.
“El topo se quedó ciego porque, en lugar de ver hacia fuera, se puso a mirarse el corazón, se trincó en mirar para dentro. Y nadie sabe por qué llegó en su cabeza del topo eso de mirarse para dentro. Y ahí está de necio el topo en mirarse el corazón y entonces no se preocupa de fuertes o débiles, de grandes o pequeños, porque el corazón es el corazón y no se mide como se miden las cosas y los animales. Y eso de mirarse para dentro sólo lo podían hacer los dioses y entonces los dioses lo castigaron al topo y ya no lo dejaron mirar pa’fuera y además lo condenaron a vivir y caminar bajo tierra. Y por eso el topo vive abajo de la tierra, porque lo castigaron los dioses. Y el topo ni pena tuvo porque siguió mirándose por dentro. Y por eso el topo no le tiene miedo al león. Y tampoco lo tiene miedo al león el hombre que sabe mirarse el corazón.
Porque el hombre que sabe mirarse el corazón no ve la fuerza del león, ve la fuerza de su corazón y entonces lo mira al león y el león lo mira que lo mira el hombre y el león mira, en el mirarlo del hombre que es sólo un león y el león se mira que lo miran y tiene miedo y se corre” .
“¿Y usted se miró el corazón para matar a este león?”, interrumpo. Él contesta. “¿Yo? N’ombre, yo miré la puntería de la chimba y el ojo del león y ahí nomás disparé… del corazón ni me acordé…” Yo me rasco la cabeza como, según aprendí, hacen aquí cada que no entienden algo.
El viejo Antonio se incorpora lentamente, toma la piel y la examina con detenimiento. Después la enrolla y me la entrega. “Toma”, me dice. “Te la regalo para que nunca olvides que al león y al miedo se les mata sabiendo a dónde mirar…” El viejo Antonio da media vuelta y se mete a su champa. En el lenguaje del viejo Antonio eso quiere decir. “Ya acabé. Adiós” . Yo metí en una bolsa de nylon la piel del león y me fui…



Cuentos para una soledad desvelada.

Hablando de grandes dioses, ya aparece el Viejo Antonio acompañado de los primeros, los que nacieron el mundo. Siempre fumando, caminando a veces y en veces platicando, el Viejo Antonio se sienta esta noche conmigo. Con él se sientan junto conmigo todos los hombres y mujeres de morena sangre en corazón digno. Para platicarnos la lucha y sus tiempos de esta noche diez años atrás. La noche en que, conmigo, el Viejo Antonio camina por entre el lodo, machete en mano. ¿Dije que camina conmigo el Viejo Antonio? Mentí entonces, no conmigo camina, yo le voy detrás. No así empezamos a caminar esa noche. Primero nos perdimos. El viejo Antonio me invitó a correr venado y lo corrimos, sí, pero no lo alcanzamos. Cuando nos dimos cuenta ya estábamos en medio de la selva, en mitad de la lluvia, cercados por la noche. — Nos perdimos — digo inútilmente. — Sí pues — dice el Viejo Antonio que no parece muy preocupado porque ahí nomás hace casita con una mano al fuego con que la otra enciende su cigarrillo. — Tenemos que encontrar el camino de regreso — me escucho decir y agrego — traigo la brújula — como si dijera "tengo móvil por si quieres un aventón". — Sí pues — dice de nuevo el Viejo Antonio como dejándome la iniciativa y mostrándose dispuesto a seguirme. Yo recojo el desafío y me declaro dispuesto a hacer gala de mis conocimientos guerrilleros de dos años en montaña. Me arrincono bajo un árbol. Saco el mapa, el altímetro y la brújula. Como hablando en voz alta, pero en realidad alardeando frente al Viejo Antonio, describo alturas sobre el nivel del mar, cotas topográficas, presión barométrica, grados y puntos visados y otros etcéteras de lo que los militares llamamos "navegación terrestre". El Viejo Antonio no habla, está a mi lado, sin moverse, supongo que me escucha porque no ha dejado de fumar. Después de un rato de alardes técnicos y científicos, me pongo de pie y con la brújula en la mano señalo hacia un rincón de la noche, diciendo con firmeza y echando a andar en esa dirección: — Es por ahí. Yo espero que el Viejo Antonio repita su "si pues", pero el Viejo Antonio no dice nada. Recoge su rifle, su morraleta y su machete y se echa a caminar detrás mío. Caminamos un buen rato sin llegar a ningún lado conocido. Yo me sentía avergonzado por el fracaso de mi técnica moderna y no quería ni voltear hacia atrás, donde el Viejo Antonio me seguía sin decir palabra alguna. Al tiempo llegamos frente a un cerro de pura piedra que, como pared lisa, se oponía a nuestro paso. Los últimos vestigios de orgullo que me quedaban se hicieron añicos cuando dije en voz alta: — ¿Y ahora? Hasta entonces habló el Viejo Antonio. Primero carraspeó un poco y escupió algunas briznas de tabaco, luego escuché detrás mío. — Cuando no sepas qué es lo que sigue, ayuda mucho el mirar para atrás. Yo lo tomé al pie de la letra y me volteé, no para ver la dirección de la que veníamos, sino para mirar con una mezcla de vergüenza, súplica y angustia al Viejo Antonio. El Viejo Antonio no dice nada, me mira y comprende. Desenfunda su machete y abriendo paso entre la maleza toma una nueva dirección. — ¿Por ahí es? — pregunto inútilmente. — Sí pues — dice el Viejo Antonio mientras corta bejucos y húmedos pedazos de noche. En unos minutos estamos de nuevo en el camino real y los relámpagos anuncian el perfil deslumbrado del pueblo del Viejo Antonio. Mojado y cansado llegué hasta la champa Viejo Antonio. La doña Juanita se puso a hacer café y nosotros nos acercamos al fogón. El Viejo Antonio se quitó la camisa mojada y la puso a secar a un lado de la lumbre. Después se fue a sentar en el suelo, en un rincón y me ofreció un banquito. Yo me resistí primero, en parte porque no quería alejarme del fuego y en parte porque me seguía la vergüenza del alarde inútil de mapa, brújula y altímetro. Como quiera me senté. Empezamos los dos a fumar. Yo rompí el silenció y le pregunté cómo había encontrado el camino de regreso. — No lo encontré — me responde el Viejo Antonio — No estaba ahí. No lo encontré. Lo hice. Como de por sí se hace. Caminando pues. Tú te pensaste que el camino estaba en algún lado y que tus aparatos nos iban a decir hacia dónde había quedado el camino. No. Luego te pensaste que yo sabía dónde estaba el camino y me seguiste. Pero no. Yo no sabía dónde estaba el camino. Lo que hacer el camino juntos. Así que lo hicimos. Así llegamos a donde queríamos. Hicimos el camino. No ahí estaba. — Pero, ¿por qué me dijiste que cuando uno no sabe que es lo que sigue hay que mirar para atrás? ¿No es para encontrar el camino de regreso? — pregunté. — No pues — responde el Viejo Antonio — No es para encontrar el camino. Es para ver dónde te quedaste antes y qué es lo que pasó y qué querías. — ¿Cómo? — pregunto ya sin pena. — Sí pues. Volteando para mirar atrás te das cuenta dónde te quedaste. Así puedes ver el camino que no te hiciste bien. Si miras bien para atrás te das cuenta que lo que querías es regresar y lo que pasó es que tú respondiste que había que encontrar el camino de regreso. Y ahí está el problema. Te pusiste a buscar un camino que no existe. Había que hacerlo — El Viejo Antonio sonreía satisfecho. — Pero, ¿por qué dices que hicimos el camino? Lo hiciste tú, yo nomás caminé detrás tuyo — le dije un poco incómodo. — No pues — sigue sonriendo el Viejo Antonio — No lo hice yo solo. Tú también lo hiciste porque un tramo lo caminaste tú adelante. — ¡Ah! Pero ese camino no sirvió — lo interrumpo. — Sí pues. Sirvió porque así supimos que no sirvió y entonces no lo volvemos a caminar o sea a hacer, porque nos llevó a donde no queremos y entonces podemos hacernos otro para que nos lleve — dice el Viejo Antonio. Yo lo quedo viendo un rato y le aventuro: — Entonces, ¿tú tampoco sabías si el camino que estabas haciendo nos iba a traer hasta acá? —No pues. Sólo caminando se llega. Trabajando pues, luchando. Es lo mismo. Así se dijeron los grandes dioses, los que nacieron el mundo, los primeros. — El Viejo Antonio se pone de pie.

1 comentario:

Anónimo dijo...

claro, el camino se hace no se busca, se vale mirar a tras para saber donde se queda uno, a donde quier ir y bueno creo que esto se vale en todos los hambitos del ser.