viernes, 30 de octubre de 2009

Un día como hoy....

El 30 de octubre de 1983 Raúl Alfonsín ganaba las elecciones luego de 7 años de la más cruel de las dictaduras. Muchas veces se escucha decir que mejor no remover el pasado, que no hay que juzgar a quiénes fueron responsables de una de las peores masacres vividas en estas tierras. Para que quede clara la necesidad de juzgarlos y hacer públicos sus crímenes y sus miserias, abajo dejo unos videos que podemos observar hoy en día en you tube. Ojo, el monstruo está dormido, pero sigue vivo.









Y de estos chicos que me cuentan....



En el día de su cumpleaños....

Cuando uno ve quiénes son los que lo critican, los que pasan horas y horas hablando de él, los que están al acecho esperando el error para castigarlo, entiende por qué no puede dejar de defenderlo.

Lo que sigue abajo es lo que importa, lo demás, es nada.



martes, 27 de octubre de 2009

Golpe a la memoria

Hay ciertos momentos de la historia que pasan desapercibidos en el transcurso de los hechos, que se nos disparan frente a los ojos en ese derrotero propio de los medios de comunicación actuales. El exceso de información, al igual que el exceso de comida en un almuerzo o cena, hace que uno no tenga el tiempo suficiente para procesar lo que ve, escucha o lee. Las noticias pasan delante de nosotros, constantemente, una y otra vez y sin embargo nada queda. Sólo algunas, otras, como por arte de magia, quedan en la nada. Y si, al fin de cuentas, todo pasa.
En Uruguay, acá cerquita, mucho más cerca de lo que pensamos, este fin de semana la gente, en las urnas, dio un golpe terrible a la memoria y a la democracia latinoamericana. Ha votado, junto a la elección presidencial, para que continúe vigente la ley de impunidad que impide juzgar a los militares y civiles que han participado en la última dictadura de ese país.
Y no es para dejar pasar. Simplemente porque un pueblo sin memoria, sin historia, es un pueblo que carece de identidad. Es como aquella persona que no posee recuerdos, que no sabe como fue su infancia, poco habrá de auténtico en él. Una nación que no juzga su pasado y no se reconoce, en sus errores y aciertos, está destinada a tropezar con los mismos obstáculos una y otra vez.
Eduardo Galeano describe de una manera que a uno le resulta imposible esta situación:

“La desmemoria/1
Estoy leyendo una novela de Louise Erdrich.
A cierta altura, un bisabuelo encuentra a su bisnieto.
El bisabuelo está completamente chocho (sus pensamientos tienen el color del agua) y sonríe con la misma beatífica sonrisa de su bisnieto recién nacido.
El bisabuelo es feliz porque ha perdido la memoria que tenía.
El bisnieto es feliz porque no tiene, todavía, ninguna memoria.
He aquí, pienso, la felicidad perfecta. Yo no la quiero”.

Volviendo al caso uruguayo, por qué uno dice que esto no hay que dejarlo pasar. Porque justo en este momento, en otro país latinoamericano un golpe militar gobierna los designios de todo un pueblo. Entonces yo me pregunto, si ante la posibilidad de castigo estos militares no dudan en irrumpir en la vida ciudadana y tomar el poder en sus manos, ¿Qué nos queda si encima saben que no serán juzgados?
La Corte Suprema de Justicia uruguaya dictó la inconstitucionalidad de la Ley de impunidad, pero esto no alcanzó para que la ciudadanía decida juzgar a quienes torturaron, asesinaron y desaparecieron personas. Prefirieron, una vez más –porque una votación pasada también había ratificado la Ley-, dejarlo pasar, como si ellos no merecieran castigo. Yo me pregunto entonces, ¿con qué armas juzgar a quiénes cometen crímenes en la actualidad?¿Por qué ellos no merecen el perdón?
Por suerte Argentina corre hoy, luego de muchos años de impunidad a través de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final y los indultos menemistas, otra suerte distinta a la uruguaya. Nuestra sociedad, aunque más no sea una gran parte de ella, ha empezado el camino de la memoria y reconciliación con su pasado, a través del único camino posible, la justicia.
Esperemos el pueblo uruguayo replantee esta situación, mediante el compromiso serio y responsable de sus autoridades, para disfrutar de una buena vez por todas, el hermoso camino de la justicia.
Mientras, el pueblo hondureño sufre las locuras del poder económico cuando encuentra aliados en el poder militar. Esperemos sea sólo una sombra que pueda recuperarse y, a diferencia de décadas pasadas, no se esparza sobre el resto del territorio latinoamericano.
Brindemos por eso.

Maradona

Según Eduardo Galeano:

Maradona
Jugó, venció, meó, perdió. El análisis delató efedrina y Maradona acabó de mala manera su Mundial del 94. La efedrina, que no se considera droga estimulante en el deporte profesional de los Estados Unidos y de muchos otros países, está prohibida en las competencias internacionales.
Hubo estupor y escándalo. Los truenos de la condenación moral dejaron sordo al mundo entero, pero mal que bien se hicieron oír algunas voces de apoyo al ídolo caído. Y no sólo en su dolorida y atónita Argentina, sino en lugares tan lejanos como Bangladesh, donde una manifestación numerosa rugió en las calles repudiando a la FIFA y exigiendo el retorno del expulsado. Al fin y al cabo, juzgarlo era fácil, y era fácil condenarlo, pero no resultaba tan fácil olvidar que Maradona venía cometiendo desde hacía años el pecado dc ser el mejor, el delito de denunciar a viva voz las cosas que el poder manda callar y cl crimen de jugar con la zurda, lo cual, según el Pequeño Larousse Ilustrado, significa «con la izquierda» y también significa «al contrario de como se debe hacer».
Diego Armando Maradona nunca había usado estimulantes, en vísperas dc los partidos, para multiplicarse el cuerpo. Es verdad que había estado metido en la cocaína, pero se dopaba en las fiestas tristes, para olvidar o ser olvidado, cuando ya estaba acorralado por la gloria y no podía vivir sin la fama que no lo dejaba vivir. Jugaba mejor que nadie a pesar de la cocaína, y no por ella.
Él estaba agobiado por el peso de su propio personaje. Tenía problemas en la columna vertebral, desde el lejano día en que la multitud había gritado su nombre por primera vez. Maradona llevaba una carga llamada Maradona, que le hacía crujir la espalda. El cuerpo como metáfora: le dolían las piernas, no podía dormir sin pastillas. No había demorado en darse cuenta de que era insoportable la responsabilidad de trabajar de dios en los estadios, pero desde el principio supo que era imposible dejar de hacerlo. «Necesito que me necesiten», confesó, cuando ya llevaba muchos años con el halo sobre la cabeza, sometido a la tiranía del rendimiento sobrehumano, empachado de cortisona y analgésicos y ovaciones, acosado por las exigencias de sus devotos y por el odio de sus ofendidos.
El placer de derribar ídolos es directamente proporcional a la necesidad de tenerlos. En España, cuando Goicoechea le pegó de atrás y sin la pelota y lo dejó fuera de las canchas por varios meses, no faltaron fanáticos que llevaron en andas al culpable de este homicidio premeditado, y en todo el mundo sobraron gentes dispuestas a celebrar la caída del arrogante sudaca intruso en las cumbres, el nuevo rico ése que se había fugado del hambre y se daba el lujo de la insolencia y la fanfarronería.
Después, en Nápoles, Maradona fue santa Maradonna y san Gennaro se convirtió en san Gennarmando. En las calles se vendían imágenes de la divinidad de pantalón corto, iluminada por la corona de la Virgen o envuelta en el manto sagrado del santo que sangra cada seis meses, y también se vendían ataúdes de los clubes del norte de Italia y botellitas con lágrimas de Silvio Berlusconi. Los niños y los perros lucían pelucas de Maradona. Había una pelota bajo el pie de la estatua del Dante y el tritón de la fuente vestía la camiseta azul del club Nápoles. Hacía más de medio siglo que el equipo de la ciudad no ganaba un campeonato, ciudad condenada a las furias del Vesubio y a la derrota eterna en los campos de fútbol, y gracias a Maradona el sur oscuro había logrado, por fin, humillar al norte blanco que lo despreciaba. Copa tras copa, en los estadios italianos y europeos, el club Nápoles vencía, y cada gol era una profanación del orden establecido y una revancha contra la historia. En Milán odiaban al culpable de esta afrenta de los pobres salidos de su lugar, lo llamaban jamón con rulos. Y no sólo en Milán: en el Mundial del 90, la mayoría del público castigaba a Maradona con furiosas silbatinas cada vez que tocaba la pelota, y la derrota argentina ante Alemania fue celebrada como una victoria italiana.
Cuando Maradona dijo que quería irse de Nápoles, hubo quienes le echaron por la ventana muñecos de cera atravesados de alfileres. Prisionero de la ciudad que lo adoraba y de la camorra, la mafia dueña de la ciudad, él ya estaba jugando a contracorazón, a contrapié; y entonces, estalló el escándalo de la cocaína. Maradona se convirtió súbitamente en Maracoca, un delincuente que se había hecho pasar por héroe.
Más tarde, en Buenos Aires, la televisión trasmitió el segundo ajuste de cuentas: detención en vivo y en directo, como si fuera un partido, para deleite de quienes disfrutaron el espectáculo del rey desnudo que la policía se llevaba preso.
«Es un enfermo», dijeron. Dijeron: «Está acabado». El mesías convocado para redimir la maldición histórica de los italianos del sur había sido, también, el vengador de la derrota argentina en la guerra de las Malvinas, mediante un gol tramposo y otro gol fabuloso, que dejó a los ingleses girando como trompos durante algunos años; pero a la hora de la caída, el Pibe de Oro no fue más que un farsante pichicatero y putañero. Maradona había traicionado a los niños y había deshonrado al deporte. Lo dieron por muerto.
Pero el cadáver se levantó de un brinco. Cumplida la penitencia de la cocaína, Maradona fue el bombero de la selección argentina, que estaba quemando sus últimas posibilidades de llegar al Mundial 94. Gracias a Maradona, llegó. Y en el Mundial, Maradona estaba siendo otra vez, como en los viejos tiempos, el mejor de todos, cuando estalló el escándalo de la efedrina.
La máquina del poder se la tenía jurada. Él le cantaba las cuarenta, eso tiene su precio, cl precio se cobra al contado y sin descuentos. Y el propio Maradona regaló la justificación, por su tendencia suicida a servirse en bandeja en boca de sus muchos enemigos y esa irresponsabilidad infantil que lo empuja a precipitarse en cuanta trampa se abre en su camino.
Los mismos periodistas que lo acosan con los micrófonos, lc reprochan su arrogancia y sus rabietas, y lo acusan de hablar demasiado. No les falta razón; pero no es eso lo que no pueden perdonarle: en realidad, no les gusta lo que a veces dice. Este petiso respondón y calentón tiene la costumbre de lanzar golpes hacia arriba. En el 86 y en el 94, en México y en Estados Unidos, denunció a la omnipotente dictadura de la televisión, que estaba obligando a los jugadores a deslomarse al mediodía, achicharrándose al sol, y en mil y una ocasiones más, todo a lo largo de su accidentada carrera, Maradona ha dicho cosas que han sacudido el avispero. Él no ha sido el único jugador desobediente, pero ha sido su voz la que ha dado resonancia universal a las preguntas más insoportables: ¿Por qué no rigen en el fútbol las normas universales del derecho laboral? Si es normal que cualquier artista conozca las utilidades del show que ofrece, ¿por qué los jugadores no pueden conocer las cuentas secretas de la opulenta multinacional del fútbol? Havelange calla, ocupado en otros menesteres, y Joseph Blatter, burócrata de la FIFA que jamás ha pateado una pelota pero anda en limusinas de ocho metros y con chófer negro, se limita a comentar:
—El último astro argentino fue Di Stéfano.
Cuando Maradona fue, por fin, expulsado del Mundial del 94, las canchas de fútbol perdieron a su rebelde más clamoroso. Y también perdieron a un jugador fantástico. Maradona es incontrolable cuando habla, pero mucho más cuando juega: no hay quien pueda prever las diabluras de este inventor de sorpresas, que jamás se repite y que disfruta desconcertando a las computadoras. No es un jugador veloz, torito corto de piernas, pero lleva la pelota cosida al pie y tiene ojos en todo el cuerpo. Sus artes malabares encienden la cancha. El puede resolver un partido disparando un tiro fulminante de espaldas al arco o sirviendo un pase imposible, a lo lejos, cuando está cercado por miles de piernas enemigas; y no hay quien lo pare cuando se lanza a gambetear rivales.
En el frígido fútbol de fin de siglo, que exige ganar y prohibe gozar, este hombre es uno de los pocos que demuestra que la fantasía puede también ser eficaz?

Del libro "El Fútbol. A sol y sombra"


Según Alejandro Dolina, luego de los dichos de Maradona en la conferencia de prensa:

"Una oyente dice: 'Estimado Dolina, ¿ya no defiende más a Maradona? ¿O acaso ya no hay ningún Sargento Cruz? Vea: Ud. ayudó a alimentar al monstruo que tan bien nos hace quedar ante la prensa mundial. Cordialmente. Ingrid Hammer'.

Mi respuesta es SÍ. Yo he resuelto -después de un extravío- bancar a Maradona en esto. ¿Sabe por qué? Por personas como usted. La indignación burguesa que sucedió al exabrupto de Maradona fue totalmente patética y asqueante. Un mundo totalmente hipócrita, el mundo de la radio, donde se escucha eso mismo que Diego dijo bajo emoción violenta, pero libreteado (y en la televisión ni hablemos), ese mundo se indignó. Esos tipos se indignaron. Y esa indignación burguesa me hace ponerme inmediatamente en la vereda de enfrente.

Y lo que un tipo dijo, obnubilado por el momento, por la emoción, por su propia historia, y por su propia condición, después fue repetido ad nauseam por todos los noticieros, con subrayados, subtitulados, duplicaciones, ampliaciones y circulación por Internet, por tipos que no estaban ni obnubilados, ni en estado de emoción violenta, ni perturbados por ninguna cosa, sino que lo planearon diecinueve mil veces. Esos tipos ahora se ponen en la superioridad moral de preguntarme a mí si lo defiendo a Maradona. Bueno, sí, lo defiendo. Si es contra ustedes, lo defiendo. Lo defiendo totalmente.

Y eso de "que tan bien nos hace quedar ante la prensa mundial"... ¡Cipayos provincianos que quieren quedar bien con sus supuestos amos europeos! ¡Yo no tengo ningún interés en quedar bien ante la prensa mundial! ¡No es ésa nuestra obligación! ¿Qué tenemos que quedar bien ante nadie? ¿Ante quiénes? ¿Ante gobiernos que aniquilan a sus enemigos? ¿Ante quién tenemos que quedar bien? ¿Dónde esta la Fiscalía del Universo? ¿Dónde está la reserva moral de la Humanidad? ¿En Estados Unidos? ¿En Europa? ¡Déjeme que me muera de risa, Ingrid Hammer!

Y otra cosa: muchas veces, pero muchas, en los medios se dicen cosas muy interesantes. Yo he escuchado casi revelaciones, a veces, dichas por tipos a los que yo admiro mucho. A veces son intelectuales, como, no sé, el finado Casullo, o Dubati, o José Pablo Feinmann, tipos que realmente tienen un pensamiento interesante. Otras veces son artistas, o incluso locutores, del calibre de Larrea, o de Carrizo, tipos que por ahí dicen cosas que te hacen decir "pero mirá que bien pensó éste". Bueno, a esos NUNCA, nunca los vi duplicados en los noticieros, con subtitulados y subrayados. No los vi nunca porque a esta gente no le interesa el pensamiento ni la inteligencia, le interesa la BASURA. Y entonces Maradona dice esto y ellos lo repiten ciento diez mil veces. Eso es un asco.

Así que ¿a qué jugamos? ¿Qué es esto? ¿Qué es esto de indignarse, de enojarse y de sorprenderse? Lo dice un Senador de la Nación, y es un piola. Lo dice Maradona, y aparece todo el racismo, todo el desprecio por los pobres, aparecen los de siempre, los muchachos de siempre, a indignarse: ¡oh, la cultura! ¡Nuestro embajador! ¿Qué embajador? Es Diego Maradona, viejo. Los que tienen que ser cultos son ustedes, no él. Él tiene que dirigir la Selección de Fútbol, y si lo eligieron a él, bueno, es ése, y no Pancho Ibáñez.

Así que sí, lo defiendo a Maradona. Ante usted lo voy a defender siempre"

lunes, 26 de octubre de 2009

Estos de Clarín son unos pícaros

Hay ciertas mañas que no se pierden, aunque uno insista con lavarse la cara y tratar de ocultar lo que piensa, los sentimientos lo traicionan y lo que uno es sale a la luz.
Entro a Clarín y me encuentro con el siguiente titular:

"Volvió la tensión a Honduras: asesinan al sobrino del presidente de facto"

Es una cosa de no creer lo de esta gente. Siguen llamando presidente a una persona que irrumpió el poder a través de la fuerza militar. A alguien que se autodenominó responsable del país sin recibir el voto de siquiera un ciudadano, sin haber participado de ningún proceso electoral, ni siquiera uno fraudulento.

Luego quieren hacernos creer que ellos trabajan por la libertad de opinión y de prensa. Como puede ser que todavía haya gente que los justifica y los defiende. Este es el diario y los periodistas que se escandalizan porque alguien en una conferencia de prensa diga "Que me la chupen" y no lo hacen ante un grupo de dictadores que tienen a toda una nación rehén de sus políticas de pobreza y miseria.
Es el mismo ejemplo de la gente a la que la conmueve más un perro hambriento en la calle y no un chico tirado durmiendo en el umbral de un edificio. El día que la gente deje de alimentar gatos y perros de la calle y le de comida a la gente que no tiene nada algo empezará a cambiar.

El link, por si les interesa leer el resto de esta nota, una cátedra de lo que es no respetar ningún tipo de valor democrático.

http://www.clarin.com/diario/2009/10/26/um/m-02027276.htm

Hemos vuelto...

Luego de un nuevo largo silencio he decidido retomar este espacio de reflexión para aquellos pocos que lo suelen leer. Trataré esta vez de mantenerlo pero me parecería bueno que en esta nueva etapa haya participación de la gente, de manera de armar un espacio pluralista.

En estos próximos días iré armando algo para dar comienzo desde el 1º de noviembre.

Por lo pronto, me parece sano decir que mientras los lingüistas e intelectuales de nuestros medios de comunicación siguen discutiendo si Maradona debería ser sancionado o expulsado de la condición de humano a la de bestia sin derecho a nada, en Honduras la gente sigue siendo gobernada por un golpe militar criminal y unos pocos señores que se creen dueños de la historia, como ha pasado muchas veces.
Yo me pregunto, hoy que todavía no entró en vigencia la nueva ley de medios y por lo tanto suponemos que hay libertad de expresión, por qué será que las cadenas televisivas no creen relevante que en un vecino país latinoamericano los militares sigan perpetuándose en el poder a través del terror. Será como dijo Mirtha Legrand, que a los argentinos no nos importa lo que le pasa a los demás. Lindo ejemplo, mucho más lindo que el de Maradona, y está señora dispone de dos horas diarias en la TV para decir lo que quiere y se le antoja, contribuyendo a la idiotez de la gente. Perdón, me olvidaba, en Argentina no hay libertad de expresión.

Desde este infierno llamado Microcentro, saludos.