"La función del arte/1"
Diego no conocía la mar. El padre, Santiago Kovadloff, lo llevó a descubrirla.
Viajaron al sur.
Ella, la mar, estaba más allá de los altos mdanos, esperando.
Cuando el niño y su padre alcanzaron por fin aquellas cumbres de arena, después de mucho caminar, la mar estalló ante sus ojos. Y fue tanta la inmensidad de la mar, tanto su fulgor, que el niño se quedó mudo de hermosura.
Y cuando por fin consiguió hablar, temblando, tartamudeando, pidió a su padre:
-¡Ayudame a mirar!
“La uva y el vino”
Un hombre de las viñas habló, en agonía, al oído de Marcela. Antes de morir, le reveló su secreto:
-La uva- le susurró- está hecha de vino.
Marcela Pérez Silva me lo conto, y yo pense: Si la uva está hecha de vino, quizá nosotros somos las palabras que cuentan lo que somos.
“La función del arte/2”
El pastor Miguel Brun me contó que hace algunos años estuvo con los indios del Chaco paraguayo. El formaba parte de una misión evangelizadora. Los misioneros visitaron a un cacique que tenía prestigio de muy sabio. El cacique, un gordo quieto y callado, escuchó sin pestañear la propaganda religiosa que le leyeron en lengua de los indios. Cuando la lectura terminó, los misioneros se quedaron esperando.
El cacique se tomó su tiempo. Después, opinó:
--Eso rasca. Y rasca mucho, y rasca muy bien.
Y sentenció:
--Pero rasca donde no pica.
“Celebración de la amistad/1”
En los suburbios de La Habana, llaman al amigo “mi tierra” o “mi sangre”.
En Caracas, el amigo es “mi pana” o “mi llave”: “pana” por panadería, la fuente del buen pan para las hambres del alma; y “llave” por….
-Llave, por llave –me dice Mario Benedetti.
Y me cuenta que cuando vivía en Buenos Aires, en los tiempos del terror, él llevaba cinco llaves ajenas en su llavero: cinco llaves, de cinco casas, de cinco amigos: las llaves que lo salvaron.
“Celebración de la amistad/2”
Juan Gelman me contó que una señora se había batido a paraguazos, en una avenida de París, contra una brigada de obreros municipales. Los obreros estaban cazando palomas cuando ella emergió de un increíble Ford a bigotes, un coche de museo, de aquellos que arrancaban a manivela, y blandiendo su paraguas, se lanzó al ataque.
A mandobles se abrió paso, y su paraguas justiciero rompió las redes donde las palomas habían sido atrapadas. Entonces, mientras las palomas huían en blanco alboroto, la señora emprendió a paraguazos contra los obreros.
Los obreros no atinaron más que a protegerse, como pudieron, con los brazos, y balbuceaban protestas que ella no oía: más respeto, señora, haga el favor, estamos trabajando, son órdenes superiores, señora, por qué no le pega al alcalde, calmase, señora, que bicho la picó, se ha vuelto loca esta mujer….
Cuando a la indignada señora se le cansó el brazo, y se apoyó en una pared para tomar aliento, los obreros exigieron una explicación.
Después de un largo silencio, ella dijo:
-Mi hijo murió.
Los obreros dijeron que lo lamentaban mucho, pero que ellos no tenían la culpa. También dijeron que esa mañana había mucho que hacer, usted comprenda….
-Mi hijo murió – repitió ella.
Y los obrero: que sí, que sí, pero que ellos se estaban ganando el pan, que hay millones de palomas sueltas por todo París, que las jodidas palomas son la ruina de esta ciudad…
-Cretinos – los fulminó la señora.
Y lejos de los obreros, lejos de todo, dijo:
-Mi hijo murió y se convirtió en paloma.
Los obreros callaron y estuvieron un largo rato pensando. Y por fin, señalando a las palomas que andaban por los cielos y los tejados y las aceras, propusieron:
-Señora: ¿Por qué no se lleva a su hijo y nos deja trabajar en paz?
Ella se enderezó el sombrero negro:
-¡Ah no! ¡Eso sí que no!
Miró a través de los obreros, como si fueran de vidrio, y muy serenamente dijo:
-Yo no sé cuál de las palomas es mi hijo. Y si supiera, tampoco me lo llevaría. Porque, ¿Qué derecho tengo yo a separarlo de sus amigos?
Diego no conocía la mar. El padre, Santiago Kovadloff, lo llevó a descubrirla.
Viajaron al sur.
Ella, la mar, estaba más allá de los altos mdanos, esperando.
Cuando el niño y su padre alcanzaron por fin aquellas cumbres de arena, después de mucho caminar, la mar estalló ante sus ojos. Y fue tanta la inmensidad de la mar, tanto su fulgor, que el niño se quedó mudo de hermosura.
Y cuando por fin consiguió hablar, temblando, tartamudeando, pidió a su padre:
-¡Ayudame a mirar!
“La uva y el vino”
Un hombre de las viñas habló, en agonía, al oído de Marcela. Antes de morir, le reveló su secreto:
-La uva- le susurró- está hecha de vino.
Marcela Pérez Silva me lo conto, y yo pense: Si la uva está hecha de vino, quizá nosotros somos las palabras que cuentan lo que somos.
“La función del arte/2”
El pastor Miguel Brun me contó que hace algunos años estuvo con los indios del Chaco paraguayo. El formaba parte de una misión evangelizadora. Los misioneros visitaron a un cacique que tenía prestigio de muy sabio. El cacique, un gordo quieto y callado, escuchó sin pestañear la propaganda religiosa que le leyeron en lengua de los indios. Cuando la lectura terminó, los misioneros se quedaron esperando.
El cacique se tomó su tiempo. Después, opinó:
--Eso rasca. Y rasca mucho, y rasca muy bien.
Y sentenció:
--Pero rasca donde no pica.
“Celebración de la amistad/1”
En los suburbios de La Habana, llaman al amigo “mi tierra” o “mi sangre”.
En Caracas, el amigo es “mi pana” o “mi llave”: “pana” por panadería, la fuente del buen pan para las hambres del alma; y “llave” por….
-Llave, por llave –me dice Mario Benedetti.
Y me cuenta que cuando vivía en Buenos Aires, en los tiempos del terror, él llevaba cinco llaves ajenas en su llavero: cinco llaves, de cinco casas, de cinco amigos: las llaves que lo salvaron.
“Celebración de la amistad/2”
Juan Gelman me contó que una señora se había batido a paraguazos, en una avenida de París, contra una brigada de obreros municipales. Los obreros estaban cazando palomas cuando ella emergió de un increíble Ford a bigotes, un coche de museo, de aquellos que arrancaban a manivela, y blandiendo su paraguas, se lanzó al ataque.
A mandobles se abrió paso, y su paraguas justiciero rompió las redes donde las palomas habían sido atrapadas. Entonces, mientras las palomas huían en blanco alboroto, la señora emprendió a paraguazos contra los obreros.
Los obreros no atinaron más que a protegerse, como pudieron, con los brazos, y balbuceaban protestas que ella no oía: más respeto, señora, haga el favor, estamos trabajando, son órdenes superiores, señora, por qué no le pega al alcalde, calmase, señora, que bicho la picó, se ha vuelto loca esta mujer….
Cuando a la indignada señora se le cansó el brazo, y se apoyó en una pared para tomar aliento, los obreros exigieron una explicación.
Después de un largo silencio, ella dijo:
-Mi hijo murió.
Los obreros dijeron que lo lamentaban mucho, pero que ellos no tenían la culpa. También dijeron que esa mañana había mucho que hacer, usted comprenda….
-Mi hijo murió – repitió ella.
Y los obrero: que sí, que sí, pero que ellos se estaban ganando el pan, que hay millones de palomas sueltas por todo París, que las jodidas palomas son la ruina de esta ciudad…
-Cretinos – los fulminó la señora.
Y lejos de los obreros, lejos de todo, dijo:
-Mi hijo murió y se convirtió en paloma.
Los obreros callaron y estuvieron un largo rato pensando. Y por fin, señalando a las palomas que andaban por los cielos y los tejados y las aceras, propusieron:
-Señora: ¿Por qué no se lleva a su hijo y nos deja trabajar en paz?
Ella se enderezó el sombrero negro:
-¡Ah no! ¡Eso sí que no!
Miró a través de los obreros, como si fueran de vidrio, y muy serenamente dijo:
-Yo no sé cuál de las palomas es mi hijo. Y si supiera, tampoco me lo llevaría. Porque, ¿Qué derecho tengo yo a separarlo de sus amigos?
Todos los textos fueron extraídos de "El libro de los abrazos", Eduardo Galeano, Catálogos Editora SRL, año 1989, Buenos Aires, Argentina.
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