Hay ciertos momentos de la historia que pasan desapercibidos en el transcurso de los hechos, que se nos disparan frente a los ojos en ese derrotero propio de los medios de comunicación actuales. El exceso de información, al igual que el exceso de comida en un almuerzo o cena, hace que uno no tenga el tiempo suficiente para procesar lo que ve, escucha o lee. Las noticias pasan delante de nosotros, constantemente, una y otra vez y sin embargo nada queda. Sólo algunas, otras, como por arte de magia, quedan en la nada. Y si, al fin de cuentas, todo pasa.
En Uruguay, acá cerquita, mucho más cerca de lo que pensamos, este fin de semana la gente, en las urnas, dio un golpe terrible a la memoria y a la democracia latinoamericana. Ha votado, junto a la elección presidencial, para que continúe vigente la ley de impunidad que impide juzgar a los militares y civiles que han participado en la última dictadura de ese país.
Y no es para dejar pasar. Simplemente porque un pueblo sin memoria, sin historia, es un pueblo que carece de identidad. Es como aquella persona que no posee recuerdos, que no sabe como fue su infancia, poco habrá de auténtico en él. Una nación que no juzga su pasado y no se reconoce, en sus errores y aciertos, está destinada a tropezar con los mismos obstáculos una y otra vez.
Eduardo Galeano describe de una manera que a uno le resulta imposible esta situación:
“La desmemoria/1
Estoy leyendo una novela de Louise Erdrich.
A cierta altura, un bisabuelo encuentra a su bisnieto.
El bisabuelo está completamente chocho (sus pensamientos tienen el color del agua) y sonríe con la misma beatífica sonrisa de su bisnieto recién nacido.
El bisabuelo es feliz porque ha perdido la memoria que tenía.
El bisnieto es feliz porque no tiene, todavía, ninguna memoria.
He aquí, pienso, la felicidad perfecta. Yo no la quiero”.
Volviendo al caso uruguayo, por qué uno dice que esto no hay que dejarlo pasar. Porque justo en este momento, en otro país latinoamericano un golpe militar gobierna los designios de todo un pueblo. Entonces yo me pregunto, si ante la posibilidad de castigo estos militares no dudan en irrumpir en la vida ciudadana y tomar el poder en sus manos, ¿Qué nos queda si encima saben que no serán juzgados?
La Corte Suprema de Justicia uruguaya dictó la inconstitucionalidad de la Ley de impunidad, pero esto no alcanzó para que la ciudadanía decida juzgar a quienes torturaron, asesinaron y desaparecieron personas. Prefirieron, una vez más –porque una votación pasada también había ratificado la Ley-, dejarlo pasar, como si ellos no merecieran castigo. Yo me pregunto entonces, ¿con qué armas juzgar a quiénes cometen crímenes en la actualidad?¿Por qué ellos no merecen el perdón?
Por suerte Argentina corre hoy, luego de muchos años de impunidad a través de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final y los indultos menemistas, otra suerte distinta a la uruguaya. Nuestra sociedad, aunque más no sea una gran parte de ella, ha empezado el camino de la memoria y reconciliación con su pasado, a través del único camino posible, la justicia.
Esperemos el pueblo uruguayo replantee esta situación, mediante el compromiso serio y responsable de sus autoridades, para disfrutar de una buena vez por todas, el hermoso camino de la justicia.
Mientras, el pueblo hondureño sufre las locuras del poder económico cuando encuentra aliados en el poder militar. Esperemos sea sólo una sombra que pueda recuperarse y, a diferencia de décadas pasadas, no se esparza sobre el resto del territorio latinoamericano.
Brindemos por eso.
martes, 27 de octubre de 2009
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